en una ciudad muy lejana
una estación de corazones.
Un día el Sr. Cerebro
siguiendo su doctrina neosentimental
decidió
que era costoso
que lleguen
corazones de pasajeros a aquella
distante estación.
Entonces los corazones
dejaron de llegar.
La estación
se convirtió
en un paisaje de corazones inertes
ante la llanura de la desidia.
Casi como un cuadro de Dalí
al borde de un río seco.
Había una vez
también
en una ciudad muy, muy lejana
una estación de ilusiones
En ella
se sentía
se escuchaba
se quería
se respetaba.
En la estación de ilusiones
vivía
en un viejo y sabio edificio
El Sr. Impulso
que alquilaba para permitir
qué las ilusiones
pudieran llevar adelante
su acción
amorosamente
transformadora.
El viejo edificio
se mantuvo en pié
por años
sin la ayuda de nadie.
Cierto día
el Sr. Impulso
se dió cuenta
que el viejo edificio
estaba cansado
que podía tropezar
y caer encima de un
montón de ilusiones.
Desde la estación de ilusiones
se quejaron con el Sr. Impulso
y este tuvo la brillante idea
de invitar a dicha estación
a mudarse
a diferentes edificios
en diferentes partes
de aquella lejana ciudad.
Toda la estación de ilusiones
no tuvo más remedio
que desperdigarse
en diversos lugares.
Fue la decisión más correcta
en ese momento.
Decidir si la ilusión
resiste
o deja aplastarse por los escombros
de un viejo edificio.
Desde ese día
en aquella
estación muy, muy lejana
la boletería
de una estación de ilusiones
donde los pasajeros ya no llegan
se trasformó
en el lugar
y rincón de ilusiones
sin su propio edificio.
La desidia
cómo si se les cayera
el techo encima,
Las quiere aplastar
pero la fuerza y lucha
las mantiene,
hasta el día de hoy
en constante ilusión.
Tiempo después cuentan por ahí, en alguna parte de la estación, que el Sr. Impulso desapareció. El cansancio de ilusionarse y ver que las ganas de caer y levantarse lo había desgastado, hizo que perdiera, aunque parezca una contradicción a su sentir, así como vino, también se le fué
la ilusión.
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