Quédate,
me dijiste.
Ahí estaba,
ahí,
ahí, en tu rincón.
Mirabas,
te miré,
y ahí me quedé.
Me desarmé
por un instante sereno,
turquesa,
sin furia,
sin clamores.
Y te miraba
porque mientras
tu sonrisa brillaba
cómo los fuegos
de mi paraíso que está lleno de voces,
diciéndome a gritos
lo irrepetible que sería ese momento,
vos ahí,
cruzando la simpleza de lo bello
y atravesando un corazón sin armadura
en otro lugar
probablemente no te encontraría
en otro lugar quizá
no creería en las coincidencias
en otro lugar, si pudiera
elegiría que si te veo,
la lluvia nos moje de nuevo.
Y acá estoy,
mirando mi pensar
y recordando cada sorpresa
de instantes latentes qué guardaste en mí,
justo ahí,
justo ahí, donde suelen surgir huracanes de emociones
y donde se suelen quedar miradas cómplices
te quedaste
y se siente tan bien tenerte latente.
Y justo allí,
en ese paraíso
empiezo a sembrar
tu esencia.
Te voy cuidar,
te cuido,
y mañana florecerás
cómo con la ira de Dios
pero sin ira
y sin Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario