a ciento de kilómetros por hora,
la luciérnaga se estrelló
contra el parabrisas.
Su luz se apagó mansamente
ante mis ojos.
Adherida al parabrisas,
me dió la sensación que ya estaba muerta
cuando su brillo continuó apagándose.
Contra el vidrio y por el resto del viaje,
me quedó la falsa ilusión que
una luz queda encendida
cuando nos vamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario