Capítulo 1: Desarmarse
para armar
Recuerdo que
ese viernes iba contra una contradicción interna que no dejaba que mis pies se
amoldaran al bitumen de la calle, densa y con olor a hospital. Un señor que
pasaba por allí paseando a su perro hizo una pausa en una casa abandonada
–supongo- qué en su fachada se podía ver su deterioro, paredes curtidas con el
pasar de los años, ventanas que gritaban por la ausencia de limpieza y una gran
puerta de madera, con grandes rajaduras, con una pintura desgastada y ríspida.
Quizá el señor junto a su amigo se veían reflejado. Los huesos y los cimientos
cumplirían la misma función, la azotea y el cerebro tendrían la misma conexión,
la puerta y el corazón se abrirían de igual manera.
Mientras mis
ojos aturdidos y gastados presenciaban tal situación, en mi universo musical
vibraban las melodías melancólicas de Lou Reed. Parecía ser que mi cuerpo
terminaría desplomado en mi chismosa y vieja cama, bajo un techo que todo
observa, preso de cuatro paredes que todo escuchan, pues así. Como siempre,
queriendo volar pero nunca despegando.
Quizás la
última pitada de un tabaco reseco hizo que en mí cabeza ese viernes cambiara,
hizo que tomara otra decisión y así emprender un viaje o encuentro, conmigo o
con vos. Pues tomé un baño raro, de unos 15 minutos con los ojos cerrados,
mirándome hacia adentro, sintiendo en mi que debía tomar el impulso de hacer y
no cuestionar, de sentir y no pensar.
Salí caminando
un poco apresurado y ansioso con destino a la terminal de Rio Branco. Por 18 de
Julio, la avenida de la gente apresurada y caras largas, el refugio de los
indiferentes, el sitio de de los monstruos con ventanales, el hogar donde todos
conviven bajo el ambiente del reloj gigante, el trabajo.
Anclando mi
cuerpo en la terminal, la veo y titubeo, mis manos empiezan a sudar y mi rostro
reacciona de una manera algo extraña. Si, la veo, a ella. Pues empezaba el
viernes o el encuentro. Fue raro sentir un pacto o conexión. Conversamos alguna
tontería y nos subimos al bondi y mi cabeza no borraba la expresión de su
rostro, su sonrisa, fresca y natural.
Un viaje que
se hizo lento, un cielo que prometía una serena noche y un camino que iba a ser
solo de ida. Llegando a destino bajo los poderes alegres de unas cervezas, las
risas se cruzaban y fluían de forma espontanea. Es que ya no podía dar marcha
atrás a lo que mi corazón quería decir, es que mis manos sudaban con más
intensidad, es que mis palabras eran expulsadas con más nerviosismo, y mi
cuerpo solo quería volar con ella.
Bajo una noche
intensa y un mar en calma nos encontramos, nos entrelazamos y nuestras almas se
mezclaron. Nos miramos y supimos que había algo más allá que nuestros envases
que funcionaban como cuerpos o escudos evitando todo. Tirados en la arena todo
fluyó, todo fue sincero y real. Nos conocimos y el amanecer me hacía entender
que algo nuevo en mi vida comenzaba, como ese día, naranja y furioso.
Cuando nos
subimos al bondi para volver a la tediosa ciudad montevideana, ella a los pocos
minutos se durmió profundamente y yo no dejaba de observarla. Sentía que mi
cuerpo había sacado su armadura, ahora estaba débil y sin protección, estaba
dispuesto a ser penetrado por los besos, abrazos y miradas de ese hermoso ser.
Es que nos habíamos empezado a desarmar para armar, armar y desarmarnos para
crear, crear y armar nuestro mundo y desarmar todo lo demás. Sentir y fluir,
con vos.
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