Basta solo con un solo ojo para observar lo que realmente es importante.

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lunes, 27 de abril de 2020

Sucesos

Capítulo 1: Desarmarse para armar

Recuerdo que ese viernes iba contra una contradicción interna que no dejaba que mis pies se amoldaran al bitumen de la calle, densa y con olor a hospital. Un señor que pasaba por allí paseando a su perro hizo una pausa en una casa abandonada –supongo- qué en su fachada se podía ver su deterioro, paredes curtidas con el pasar de los años, ventanas que gritaban por la ausencia de limpieza y una gran puerta de madera, con grandes rajaduras, con una pintura desgastada y ríspida. Quizá el señor junto a su amigo se veían reflejado. Los huesos y los cimientos cumplirían la misma función, la azotea y el cerebro tendrían la misma conexión, la puerta y el corazón se abrirían de igual manera.
Mientras mis ojos aturdidos y gastados presenciaban tal situación, en mi universo musical vibraban las melodías melancólicas de Lou Reed. Parecía ser que mi cuerpo terminaría desplomado en mi chismosa y vieja cama, bajo un techo que todo observa, preso de cuatro paredes que todo escuchan, pues así. Como siempre, queriendo volar pero nunca despegando. 
Quizás la última pitada de un tabaco reseco hizo que en mí cabeza ese viernes cambiara, hizo que tomara otra decisión y así emprender un viaje o encuentro, conmigo o con vos. Pues tomé un baño raro, de unos 15 minutos con los ojos cerrados, mirándome hacia adentro, sintiendo en mi que debía tomar el impulso de hacer y no cuestionar, de sentir y no pensar.
Salí caminando un poco apresurado y ansioso con destino a la terminal de Rio Branco. Por 18 de Julio, la avenida de la gente apresurada y caras largas, el refugio de los indiferentes, el sitio de de los monstruos con ventanales, el hogar donde todos conviven bajo el ambiente del reloj gigante, el trabajo.
Anclando mi cuerpo en la terminal, la veo y titubeo, mis manos empiezan a sudar y mi rostro reacciona de una manera algo extraña. Si, la veo, a ella. Pues empezaba el viernes o el encuentro. Fue raro sentir un pacto o conexión. Conversamos alguna tontería y nos subimos al bondi y mi cabeza no borraba la expresión de su rostro, su sonrisa, fresca y natural.
Un viaje que se hizo lento, un cielo que prometía una serena noche y un camino que iba a ser solo de ida. Llegando a destino bajo los poderes alegres de unas cervezas, las risas se cruzaban y fluían de forma espontanea. Es que ya no podía dar marcha atrás a lo que mi corazón quería decir, es que mis manos sudaban con más intensidad, es que mis palabras eran expulsadas con más nerviosismo, y mi cuerpo solo quería volar con ella.
Bajo una noche intensa y un mar en calma nos encontramos, nos entrelazamos y nuestras almas se mezclaron. Nos miramos y supimos que había algo más allá que nuestros envases que funcionaban como cuerpos o escudos evitando todo. Tirados en la arena todo fluyó, todo fue sincero y real. Nos conocimos y el amanecer me hacía entender que algo nuevo en mi vida comenzaba, como ese día, naranja y furioso.
Cuando nos subimos al bondi para volver a la tediosa ciudad montevideana, ella a los pocos minutos se durmió profundamente y yo no dejaba de observarla. Sentía que mi cuerpo había sacado su armadura, ahora estaba débil y sin protección, estaba dispuesto a ser penetrado por los besos, abrazos y miradas de ese hermoso ser. Es que nos habíamos empezado a desarmar para armar, armar y desarmarnos para crear, crear y armar nuestro mundo y desarmar todo lo demás. Sentir y fluir, con vos.




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