Basta solo con un solo ojo para observar lo que realmente es importante.

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sábado, 29 de febrero de 2020

La semilla creció

Ahora que estoy acostado sobre el pasto recién cortado y el Sol que me pega de frente, quiero pensar y quiero creer al cerrar los ojos que puedo crear la secuencia de mi vida sin problemas.
Quiero pensar que soy aquél niño que soñaba de chico con ser un astronauta y se fascinaba con los documentales de Carl Sagan y creía qué esa nave imaginaria lo iba a venir a buscar para dar un paseo por Júpiter, Saturno o quizás Plutón a pesar de qué ya no perteneciera a nuestro sistema solar, quiero pensar eso y no pensar que ahora me siento frustrado por no lograr abordar esa nave con estos 20 y tantos años que hoy me pesan. También por momentos me gustaría volver a la primavera del 2004 donde el calor no era tan abrumador, donde la calle se llenaba de bicicletas en total libertad esquivando los pozos que funcionaban como trabas inocentes bajo risas inquietantes de complicidad. Qué lindo era caerse en la tierra seca mientras jugaba al fútbol, que lindo ver esa primer lastimadura en las rodillas que te hacía sentir un fuerte guerrero romano, que lindo ver eso, apretar los dientes y limpiar el sudor de la frente para seguir dando batalla. Seguir dando batalla, quisiera qué esa frase hoy la sintiera tan propia como para enfrentar lo que sea, quisiera que hoy las lastimaduras que siento fueran un simple raspón o un insulso tropezón.
También me gustaría volver a las lluvias de verano bajo los árboles del monte, sentir el olor a menta y embarrarme hasta los codos. Pero carajo, ya no llueve hoy, ya no llueve y también soy yo el que la embarra sin necesidad de ensuciarme, yendo tras el refugio de los árboles.
Qué loco que la infancia no te la cuentan, qué loco que no te la adviertan.
El amor que sentía por los dibujos animados, y hoy te dibujo a vos bajo hojas arrugadas para sentirme animado de que aún estás ahí, en un trazo o en un trozo. Qué lindo y puro era correr en plena incertidumbre sin saber qué pasaría y hoy caminar asustado y tambaleando por querer escapar de lo inesperado por sentir la convicción de que al final hay noche con sabor a amargura. Y no me puedo olvidar de la serenidad de mi cuarto y mis ojos queriendo ver las pequeñas luces que se prendían y apagaban, de las luciérnagas inquietas y enloquecidas bajo estrellas que me hacían confundir al punto de querer tocarlas, y hoy, hoy espero la luz de mi celular que se prenda para ver si recibo señales tuyas.
Qué loco que el crecer no te lo cuentan, qué loco que no te lo adviertan.


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