Aceptar que levantarse cada mañana
no es una cosa simple
si nos adaptamos al presente de enfrentar
un nuevo día.
No es solamente bajar del auge del sueño
y empezar a vivir.
No, no es nada de eso.
Es entrar en una luz,
llegar a un punto donde lo claro se confunde
con lo oscuro
y en ese momento mirar el espejo
y dejar que en él un rostro aparezca.
No es tan simple dejar de imaginar
cuando el amigo que cargamos
es la sombra que nos sigue.
Es difícil volver
a la memoria
a ese rincón sumergido
en la noche espesa
donde el recuerdo y el dolor
se aparean.
Es justo
que allí viva también
la incertidumbre de lo que se pierde,
ya que el adiós existe
solamente en la ausencia.
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